sábado, 2 de abril de 2011

La inferioridad inducida.

La inferioridad ha sido inducida desde el inaugural momento de la Conquista brutal. El desconocimiento de la corporeidad y de la facticidad cultural constituyen un monstruoso delito imprescriptible. Esa vigencia de la ignominia y la reducción a cosa, sostiene el sentimiento de inferioridad que impulsa a cotejarnos siempre con otras culturas tenidas por superiores. Pensamos y dudamos acerca de la originalidad y la autenticidad de nuestro pensamiento. Dudamos de nuestra esencia (no estoy definiendo en ello una cualidad separada que debe encarnar la singularidad sino el concreto modo de ser histórico cultural de nuestra existencia) pensando que somos una suerte de copia del arquetipo nordatlántico. No hay pureza alguna, si es a eso a lo que nos referimos cuando desconfiamos de nuestra esencia: todo es hibridez, mestizaje, mezcla. Lo humano es eso. Híbridos de naturaleza y cultura, híbridos de animal y vegetal, híbridos de carne y artefacto. 

La inferioridad inducida es un monstruo que pesa sobre nuestra condición existencial, impidiendo nuestra realización hedónica. La época es propicia para conjurar ese anatema. La cultura globalizada ha vuelto ejemplares nuestros "inferiores" aportes a la historia universal. La paradigmaticidad del Zapatismo, de la Revolución Cubana, del proceso Boliviano, por nombrar unos pocos acontecimientos entre los millones que hace casi 520 años lanzamos a la corriente de la historia universal desde nuestra peculiar condición geopolítica.

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